El Síndrome del cuidador quemado…¿Se puede prevenir?

 

El Síndrome del cuidador quemado o Burnout es un estado de agotamiento físico y mental que podemos experimentar si cuidamos de una persona dependiente. Se caracteriza por los siguientes síntomas:

 

 

  • Falta de organización.
  • Problemas de concentración y rendimiento.
  • Astenia y fatiga.
  • Sensación de fracaso.
  • Deshumanización de la asistencia.
  • Síntomas somáticos.
  • Pérdida del sentido de la propiedad y de la identidad.
  • Depresión.
  • Aislamiento social.
  • Automedicación.

Esta situación se puede producir ante tres casos:

I.La persona cuidada transfiere sus dificultades emocionales a quien le cuida.

II.Repetición de situaciones conflictivas.

III.Imposibilidad de cuidar durante 24 horas los 365 días del año.

¿Qué podemos hacer para evitarlo?

Cuidarnos y atendernos a nosotros/as mismos/as primero, para así poder brindar un cuidado de calidad a los/as demás. El autocuidado fomenta nuestra autoestima, aumenta nuestro rendimiento, mejora nuestras relaciones con los demás y tiene importantes beneficios en nuestra salud a nivel físico y mental.

Formas de cuidarme:

  • Quedar con mis seres queridos.
  • Dar un paseo.
  • Comer mi comida favorita.
  • Darme un largo baño.
  • Hacer ejercicio físico.
  • Telefonear a esa persona que llevo mucho tiempo pensando en llamar.
  • Ver películas o leer libros.
  • Desahogarme con alguien.
  • Pasea con tu mascota.
  • Ir a la Iglesia o rezar.
  • Pedir ayuda.
  • Ir a un concierto.
  • Escribir cómo me siento.
  • Ir a terapia.
  • Jugar: acertijos, crucigramas, juegos de mesa, videojuegos, puzles…
  • Cuida de tu jardín.
  • Apuntarme a clases de algo que me guste.
  • Pasar tiempo solo/a.
  • Apuntarme a yoga, pilates, tai-chi…
  • Recibir un masaje.
  • Visitar algún museo o parque.
  • Bailar, pintar, coser, construir.
  • Ver un partido de fútbol, baloncesto…
  • Aprender a hacer algo nuevo.
  • Pasar tiempo en la naturaleza.
  • Poner límites a una relación que me sobrepasa.
  • Conocer gente nueva.
  • Hacer un ritual de belleza: afeitarme, cremas, exfoliante, uñas…

Como podemos ver, la lista puede ser interminable. Al fin y al cabo, el autocuidado es cualquier actividad que realicemos que nos produzca bienestar tanto físico como psicológico mientras, a su vez, nos acerca a conocernos mejor a nosotros/as mismos/as y a mimarnos.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, nos sentimos culpables o incluso avergonzamos cuando consideramos dedicar nuestro tiempo a alguna de estas actividades, sabiendo que “tenemos la responsabilidad” de cuidar de una persona dependiente.

Por ello, es indispensable pedir ayuda. En numerosas ocasiones, no nos sentimos cómodos/as con la idea de pedir ayuda porque no queremos molestar, sentimos que deberíamos poder hacerlo solos/as, pensamos que la ayuda debería llegar sin tener que pedirla, que los/as demás no lo harán tan bien como nosotros/as, que tienen sus propios problemas, que no queremos que nos vean como personas débiles, que no queremos que la persona a la que cuidamos se sienta abandonada… y un largo etcétera. También hay casos en los que percibimos que no disponemos de nadie a quién pedir ayuda.

Los recursos sobre los que podemos apoyarnos son varios:

  • Subvenciones del Estado: económicas y/o humanas (atención domiciliaria).
  • Nuestros familiares, amistades, compañeros/as de trabajo, vecinos/as…
  • Cuidadores/as.
  • Centros de Actividades, Centros de Día o Residencias.

Como conclusión, invertir tiempo y recursos en nuestro propio bienestar no solo mejorará nuestra salud mental y física, sino que también contribuirá beneficiará nuestra relación con los demás, incluyendo la posibilidad de ofrecer un cuidado de mayor calidad.

 

Irene Godoy Navas

Psicóloga de Fundación Juan Cruzado 

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