Cuando Juan Romero te dice que tiene 86 años lo primero que haces es sorprenderte porque aparenta muchos menos por su fortaleza física y su continuo afán por hacer cosas. “A mi mujer le gustaba quitarse años pero a mí me da igual”, afirma con una gran sonrisa oculta tras la mascarilla.
Es una persona entrañable a la que le encanta leer poemas y hacer todo tipo de manualidades, por lo que siempre está disponible para hacer cualquier actividad y echar una mano. De hecho, Juan montó los nuevos pedaliers que tenemos en el centro de la Fundación Juan Cruzado-Vértice Salud. Subraya que le encanta venir al centro con los compañeros “porque aquí me lo paso bien y los fines de semana me aburro en mi casa”.
Nació en el barrio malagueño de la Trinidad en 1934 y, como pueden imaginar, su niñez no fue nada sencilla. “Éramos seis hermanos y vivíamos con muchas calamidades. Cuando acabó la guerra íbamos a morir todos de hambre”, recuerda con tristeza.
Una infancia muy dura
Su infancia no fue, desde luego, la soñada por nadie. Se tuvo que ir interno a un centro de menores que gestionaba la Diputación y con 12 años abandonó su casa y se fue a trabajar con una familia de feriantes. “En mi casa no había comida así que me fui para poder comer y ganar algo de dinero. Trabajaba en una caseta de turrones e íbamos por las ferias de toda Andalucía. Como era un niño la Guardia Civil me preguntaba y yo le decía que la dueña del puesto era mi abuela, lo que era mentira”, indica. Cuando estaban en Málaga se acercaba a ver a su madre para darle el dinero ganado.
En una de esas ferias, entre Periana y Nerja, conoció a una familia de peluqueros que regentaban un local enfrente del puesto de turrones. Tenía 16 años, le enseñaron el oficio y se quedó viviendo con ellos. Posteriormente trabajó en algunas peluquerías de Málaga hasta que le obligaron a hacer el servicio militar en Marruecos.
Ser peluquero le dio suerte en la mili porque le cortaba el pelo al general, a los oficiales y a sus familias, por lo que se libró de muchas maniobras. Al terminar, regresó a Málaga y un hermano le encontró trabajo en una peluquería en Vitoria. Por las tardes pelaba y por las mañanas estaba empleado en una azucarera.
De regreso a Málaga para visitar a su madre se enamoró de María Luisa, una vecina del barrio. “Era una muñeca. Tenía varios pretendientes pero decía que estaba contenta conmigo”, recuerda emocionado. Estuvieron dos años de novios, se casaron y tuvieron tres hijos. María Luisa murió en 2010.
«Estoy feliz con la vida que he tenido y me gustan todas las cosas bonitas»
Ha trabajado en peluquerías, en tiendas de electrodomésticos y fue 30 años conductor en la cooperativa farmacéutica Cofarán. Juan asegura que está “feliz” con la vida que ha tenido y que le gusta “todo lo bonito”, hasta el punto de que se ha hecho una exposición en su casa con todas las manualidades que realiza.
Información elaborada por Angel Recio