Las características típicas del período vital perteneciente a la tercera edad, a menudo, suponen una alteración en el componente afectivo debido a numerosos factores, desde sociales hasta biológicos. Como consecuencia, las personas mayores suelen experimentar pérdidas, sentimiento de soledad, disminución de las interacciones sociales, aislamiento, percepción de abandono… No es de extrañar que todas estas vivencias desagradables puedan contribuir al desarrollo de un trastorno afectivo.
Una persona que suela permanecer todo el día en la cama o se muestre reticente a abandonar el hogar y demuestre sentimientos desagradables podría estar sufriendo un trastorno depresivo mayor, cuyo deterioro funcional similar al que sucede cuando existe una enfermedad médica grave.
Se estima que un 2% de la población adulta mayor experimentará trastorno depresivo mayor durante esta etapa de la vida, siendo esta probabilidad mayor en el caso de ser mujer (Steffens y cols., 2000).
Para realizar su diagnóstico, los síntomas de este trastorno deben aparecer diariamente durante al menos dos semanas y ser los siguientes (APA, 2013):
- Estado de ánimo deprimido.
- Disminución importante del interés o el placer al realizar actividades.
- Desregulación del peso y del apetito.
- Desregulación del sueño.
- Agitación o retraso psicomotor.
- Fatiga o pérdida de energía.
- Sentimientos de inutilidad o culpabilidad.
- Disminución de la capacidad para pensar o concentrarse.
- Ideaciones suicidas.
Del mismo modo, cuando la sintomatología depresiva no es tan intensa pero persiste durante más de dos años, el diagnóstico pasaría a ser trastorno depresivo persistente (distimia) y los síntomas más significativos serían:
- Poco apetito o sobrealimentación.
- Insomnio o hipersomnia.
- Poca energía o fatiga.
- Baja autoestima.
- Falta de concentración o dificultad para tomar decisiones.
- Sentimientos de desesperanza.
Como consecuencia de todo esto, entre los adultos mayores, la conducta suicida es el doble de frecuente que en el resto de períodos vitales. Esto podría explicarse por el surgimiento de problemas médicos y de salud, la pérdida de seres queridos, el desarrollo de sintomatología depresiva o ansiosa o problemas financieros, entre muchos otros.
Según los datos, las mujeres cometen más intentos suicidas pero la prevalencia de suicidios consumados es más alta entre los hombres (Tello-Rodríguez, Alarcón y Vizcarra-Escobar, 2016).
Para intervenir con esta sintomatología, el tratamiento más efectivo es la combinación de estrategias psicofarmacológicas y psicoterapéuticas.
Una rápida identificación y un correcto diagnóstico del trastorno supondría un mayor índice de éxito para su tratamiento. Del mismo modo, una adecuada elección de la medicación, en caso de ser necesario, al igual que su correcta administración y seguimiento también serían factores positivos que mejorarán el desenlace clínico.
En cuanto a la intervención psicoterapéutica, son recomendadas para este tipo de trastornos debido a su alta fiabilidad y efectividad la terapia cognitivo-conductual, psicoterapia interpersonal, terapia reminiscente y terapia de adaptación al problema (Kiosses y cols., 2015). Del mismo modo, la realización de ejercicio físico resulta algo fundamental y muy recomendado, al igual que la utilización de otro tipo de terapias como la musicoterapia, risoterapia, laborterapia…
Irene Godoy
Psicóloga de Fundación Juan Cruzado
Tello-Rodríguez, T., Alarcón, R. D., y Vizcarra-Escobar, D. (2016). Salud mental en el adulto mayor: trastornos neurocognitivos mayores, afectivos y del sueño. Revista Peruana de medicina experimental y salud pública, 33, 342-350.