Con la edad, los patrones del sueño varían. Como consecuencia, las personas mayores suelen encontrar dificultades para conciliar el sueño: experimentan más interrupciones y más despertares nocturnos que los adultos jóvenes (Santamaria, 2003).
Además, el insomnio guarda gran relación con el estado de salud mental y física de las personas. Dentro de los casos de insomnio secundario a alguna patología física, encontramos que el 66.7% sufren enfermedades neurológicas, el 59.6% respiratorias, el 55.4% gastrointestinales, el 48.6% experimentan problemas de dolor crónico, el 44.1% padecimientos cardiovasculares, el 41.5% urinarios y el 41.4% oncológicos (Taylor, Lichstein, Durrence, Riedel y Bush, 2007).
Asimismo, el consumo de fármacos como algunas benzodiacepinas, antipsicóticos, antidepresivos, betabloqueadores, diuréticos, corticoesteroides, calcioantagonistas o antihistamínicos, entre otros, puede provocar o aumentar el insomnio en la persona que los consuma (Roehrs y Roth, 2009).
Sin embargo, encontramos que son los trastornos afectivos (como la ansiedad y la depresión) la principal causa de insomnio en las personas mayores (Medina-Chávez, 2014). Diferenciar bien la tipología del trastorno será de gran utilidad a la hora de diseñar planes de intervención individualizados y adecuados a cada situación.
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Para tratar el insomnio, después de haber identificado correctamente las causas propiciadoras, se procederá a llevar a cabo medidas de higiene del sueño (Medina-Chávez, 2014), como pueden ser:
- Irse a dormir y levantarse siempre a la misma hora.
- Utilizar la cama solamente para dormir: no ver la televisión, hablar por teléfono, leer, comer… en ella.
- Realizar cada día una rutina de noche que nos oriente a irnos a dormir: lavarnos los dientes, ponernos el pijama, echarnos crema…
- Retirar los relojes o dispositivos electrónicos en los que podamos ver la hora: en los despertares nocturnos, las comprobaciones de qué hora es generan más ansiedad, lo que dificulta aún más la conciliación del sueño.
- Si se duerme siesta, reducirla solamente a una de máximo 30 minutos después de comer.
- Reducir el consumo de líquidos y de azúcares por las tardes.
- Realizar al menos 30 minutos de ejercicio al día, preferiblemente por las mañanas.
- Intentar que el dormitorio esté a una temperatura agradable y con el mínimo ruido y luz posibles.
- Acostarse dos horas después de la cena, ya que una digestión copiosa dificulta la conciliación del sueño.
- Evitar el alcohol y el tabaco.
En el caso de que llevar a cabo estas medidas no produzca mejoría, se podría tratar el insomnio con terapia cognitivo-conductual, técnicas de relajación, control de estímulos externos, técnicas de restricción del sueño y/o terapias con luz (Schutte-Rodin, Broch, Buysse, Dorsey y Sateia, 2008). Si aun así persistiese el problema, se combinaría la terapia psicológica con un tratamiento farmacológico.
La identificación y el tratamiento de los trastornos del sueño supone una herramienta fundamental para la mejora de la calidad de vida de la población, especialmente de las personas mayores, por ser éstas más vulnerables a este tipo de alteraciones. Una adecuada higiene del sueño contribuye a la obtención de otros beneficios como un sistema inmunitario más fuerte, un mejor desempeño de las funciones cognitivas, una mejor salud cardiovascular y una mejor gestión del estrés, entre otras.
Irene Godoy Navas (Psicóloga de Fundación Juan Cruzado-Vértice Salud)
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REFERENCIAS
Roehrs, T., y Roth, T. (2009). The effect of drugs on sleep quality and architecture. Up to date, 5.